(Via AEC)

Recordáis la frase?. Aparentemente inofensiva, y sin embargo, por su significado, una de las más dañinas para el cine, para la obra cinematográfica.

En aquellos benditos cines de sesión continua y programa doble, se ofrecían helados en verano y patatas fritas en invierno. El chico  voceaba su mercancía por el patio de butacas, mientras que en el “visite nuestro bar”, se consumía cerveza y café‚ con leche, con sabor a cantina de estación. Incluso se vendía algún que otro bocadillo, semienvuelto en una servilleta de papel.


Parte del negocio del empresario del local venía por éste camino. Varias veces al día se abría el bar y se consumían productos a precios generalmente altos. Para que el negocio marchara bien, había que conseguir que el tiempo de proyección de las dos películas programadas no llegara a las tres horas, y así poder hacer tres pases diarios. El programa constaba de una película cualquiera, y la película base. Esta era la americana de turno, en la que un héroe alto y rubio, mataba búfalos, ballenas, indios, japoneses,  árabes y como recompensa se llevaba a la chica de abultado pecho. La de complemento, la telonera, era la española.

Pero el programa doble generalmente excedía las tres horas, lo que impedía que los descansos fueran lo suficientemente largos como para vender refrescos. Ese defecto era fácilmente corregible. Si era poco el exceso, bastaba con modificar la velocidad del proyector, para que fuera más deprisa y acabara antes. La banda de sonido se resentía, las voces sonaban un poco mas chillonas, pero “¿quién lo va a notar?”. Si por desgracia era mucho, había que cortar. Las tijeras se encargaban de que el bar pudiera hacer negocio. Naturalmente el perjudicado era Jorge Mistral o Fernando Fernán Gómez. Nunca, pero nunca, John Wayne. Y el NO-DO intocable. El general Franco, bajo palio, saliendo de una catedral, estaba por encima de esas mezquindades.

El metraje de la película española se reducía de dos maneras. Cortando por las buenas o acabando los rollos antes de tiempo. Incluso se podía impunemente suprimir uno de ellos. Se mutilaba la obra cinematográfica. Cuando los fragmentos de la película no iban a parar a la basura, algunas veces, el operador de cabina escrupuloso y profesional, que los había, los devolvía, más o menos, a su posición original. Las copias, entonces, acababan con tal cantidad de precarios  empalmes que con frecuencia se producían roturas y cortes. Se detenía la proyección con los consiguientes silbidos y pateos en la sala, el operador a toda prisa remendaba la copia, volvía a enhebrar el aparato y continuaba la proyección, eso sí, normalmente un poco más adelante. Con algunos minutos menos, por aquello del horario. Esas copias las hemos estado viendo durante años, rayadas, cortadas, mil veces añadidas, dobladas, en cajas abolladas por los golpes durante el transporte, perdidos los colores originales por el tiempo y la multitud de pases por las ventanillas de los proyectores. Hacer una copia nueva era algo tan extravagante que se anunciaba en la prensa… en las películas americanas claro. “Copia nueva” leíamos, cuando el público quería ver entera otra vez la matanza de alguna raza lejana.

La televisión supuso una amenaza para los intereses de las “Majors”. A la pequeña pantalla del televisor, una más grande. Decidieron aumentar el tamaño. “Quo Vadis?” se presentó en el Roxy, de Madrid en “pantalla panorámica”. Aquello era más o menos igual que antes, pero el CinemaScope la ensanchó definitivamente. Nunca el cine creció hacia arriba, sino en sentido horizontal. Si lo hacía en vertical también, los espectadores de las últimas filas del patio de butacas, los que más pagaban, no podrían ver la parte superior de la pantalla porque lo impediría la visera que produce el primer piso. El empresario no lo podía permitir. Habría que modificar las salas, y eso acarrea un gasto intolerable. El exhibidor, americano, influyó en el espacio que los creadores podían emplear a la hora de concebir sus obras.

Al poco tiempo, las pantallas panorámicas florecieron en nuestro país. Un nuevo atentado contra la obra, ya que todas las películas se proyectaban en ellas aunque no hubieran sido fotografiadas así. Las frentes de los actores en los primero planos desaparecían, así como los pies de los bailarines. Gene Kelly se esforzaba inútilmente en mover los pies en planos tres cuartos, no pisaba los charcos al cantar bajo la lluvia. Una “copia nueva” de “Lo que el viento se llevó”, ampliada a 70 milímetros, mutilada y recortada se vio durante bastante tiempo en las salas de Cinerama en aquellas capitales que podían disfrutar del invento. Curiosamente el precio de aquellas salas era más alto y por lo tanto, el espectador pagaba más por menos película.

No todos los exhibidores se habían gastado los dólares necesarios en comprar lentes anamórficas y modificar el tamaño de las pantallas, por lo que algunas películas, el caso de “Siete novias para siete hermanos”, se rodaron en dos tamaños: CinemaScope y panorámico 1:1,85. El exhibidor podía elegir la que quisiera. He dicho rodaron, no adaptaron. Son dos películas con distintos encuadres. Años más tarde, la primera película en sistema “Todd-Ao”, “Oklahoma!”, se rodó simultáneamente en 70 milímetros y en  CinemaScope por los mismos motivos. Pero eso ocurría en la lejana América, donde los consumidores protestan y llegan a ganar juicios millonarios incluso a la Administración. Aquí, en aquellos años, si protestabas por algo, llegaba un guardia con la consigna de acabar con el escándalo y detener, si era pciso, al alterador del orden público. Pasando unos días en un pueblo de veraneo, El Espinar (Segovia), fuí al cine a ver “El príncipe estudiante”. En CinemaScope y sonido estereofónico, decían los carteles. La película era proyectada sin la correspondiente lente anamórfica en una pantalla convencional. Los actores, comprimidos, entonaban sus canciones reproducidas en monoaural. El gordito Mario Lanza, tenía la esbeltez de Anthony Perkins. Mi padre me acompañó a regañadientes a protestar a la salida. Yo quería que nos devolvieran el importe de las entradas, pero él que estaba entre los que habían perdido la guerra, sabía que era inútil. Y lo fué. El propietario del cine, de dos bares, una carnicería, una buena colección de vacas que pastaban en sus prados y alcalde del pueblo, me miró con sorna y me dijo que la película “viene así”.

Los enemigos del cine que no descansan, continúan modificando los contenidos de las obras cinematográficas en los pases por las distintas cadenas de televisión, estatales o privadas. Menos una, que ya sabemos cual es. No hace falta decir cómo lo consiguen. La respuesta a una frase del diálogo,  se interrumpe bruscamente para hablarnos del premio sexual que recibiremos al utilizar determinada colonia. Los que hacemos películas lo sufrimos resignadamente. Casi ninguna cadena respeta el formato original. La “Maja” de Goya, si algún celoso funcionario no impide su difusión, puede aparecer cortada por los codos y las rodillas.

Así estábamos hasta que llegó eso que llaman “el cine en casa” y el DVD. Por fin. Ahora podemos ver las obras cinematográficas tal como fueron concebidas por sus creadores. Oír las voces de los actores con sus acentos. La verdadera forma de cantar de Julie Andrews-Mary Poppins. Imágenes inmaculadas, nítidas, sin rayas ni empalmes intempestivos. Escenas cortadas o eliminadas por el productor que nunca se vieron… El “cómo se hizo”… la película comentada en off por el director…  Increíble. Parecía un utopía y es una realidad. Nuevos “masters” digitales han devuelto a las películas sus colores originales… Para que seguir.

Y de repente, para que no olvidemos la realidad del país de la chapuza, el pelotazo, el dinero fácil, el tente mientras cobro, todo vale, la gente no se da cuenta, etc. etc… impunemente, aparecen en los comercios unos DVD de cine español. Hay un nuevo enemigo que actúa bajo el nombre de “Producciones JRB”. Como si de una venganza se tratara al rigor, la calidad, la honradez profesional, el buen hacer de algunos… la copia, la versión, debería de decir,  de “Divinas palabras” nos escamotea la presencia de Paco Rabal en la pantalla, Inmanol Arias habla en off, Ana Belén asoma la nariz por los extremos del encuadre. Al no tener cola de arranque, a la música de Milladoiro le faltan compases. El dinero empleado en alquilar lentes anamórficas de Panavision se podía haber ahorrado, ya que la copia ha sido ampliada en su parte central. Ya no es 1:2,35 el formato que sus autores eligieron. Producciones JRB ha decidido que es mejor que la veamos en 1:1,85. El grano y el contraste ha aumentado considerablemente, manchas en la imagen, suciedad, faltas de emulsión… Producciones JRB ha intervenido en la composición. Gracias a ellos, ahora el plano final de la película es  un fragmento del cuerpo de Víctor Rubio, muerto en su carretón a la izquierda de la pantalla, mientras que Ana Belén y Paco Rabal ocupan, desenfocados la parte derecha. “El vuelo de la Paloma” ha sido versionada de forma parecida, los actores perjudicados son otros. El director de ambas, José Luis García Sánchez, el mismo. En la versión de Producciones JRB, podemos asistir, como si de unos “extras” se tratara, incluso a las marcas de lápiz graso que indican el final de los rollos y que cruzan como, una bofetada, la cara de Pepe Sacristán.

Hay más, he leído, películas españolas en el catálogo de Producciones JRB: “Yo soy esa”, “El mar y el tiempo” y “Bajarse al moro”. Sólo por 2.995 pesetas, tenemos la oportunidad de adquirir la versión de Producciones JRB de esos títulos. Como yo prefiero las que hicieron Sanz, Fernan Gómez y Colomo, no voy a comprarlas. Y lo mismo que cuando protesté ante el alcalde de El Espinar, he pedido a Producciones JRB que me devuelva el dinero de los dos DVD anteriores.

Reconozco que soy injusto. Por poco dinero, Producciones JRB me ha devuelto mi niñez. Ha convertido mi “cine en casa” en una sala de programas dobles y sesión continua. Solo falta que al acabar la película alguien me rocíe la cabeza con ozonopino perfumado y otro vocee: ¡Al rico bombón helado!