Mi relación con la comida siempre ha sido un poco complicada. Me encanta comer y, posiblemente relacionado con el placer que me produce, la comida se convierte en la solución para arreglar todo tipo de cosas. ¿Me aburro? Voy a la nevera ¿Stress por tener mucho trabajo? Máquina de vending ¿Stress por tener poco trabajo? Máquina de vending ¿Ansiedad? Asalto a la Boulangerie. Imagino que os hacéis una idea. Y claro, cuando estoy feliz también como porque digo yo que habrá que celebrarlo. Las veces que he intentado restringir un tipo de alimento han funcionado más bien mal. Puedo no haberme comido un plátano en seis meses, pero si me propongo dejar de comer plátanos me convierto en un orangután que ve preciosas frutas curvas y doradas flotando delante de sus narices.
Al mudarme a Francia dejé de hacer deporte durante bastantes meses y cuando me quise dar cuenta sólo entraba en un par de pantalones. Y no sólo eso, me dolía la cabeza, dormía mal y me estaban empezando a doler las articulaciones. Nunca me había puesto a dieta y no me apetecía nada hacerlo, pero es que nunca había cogido tanto peso (grasa) de golpe. Tenía dos opciones: perder poco a poco y pasar un montón de meses de (poco) sufrimiento o buscar una solución mas burra (con mucho sufrimiento) que me permitiera recuperar una talla aceptable más deprisa. No hacer nada no era una opción. Y bueno, yo soy de las de arrancar el esparadrapo de golpe.
Quería tener claras las opciones antes de ir a ver a un endocrino y leyendo cosas sobre nutrición me encontré con la palabreja de moda: cetosis (o dietas cetogénicas o keto o alguna variante). El principio básico es que los carbohidratos son el mal y que impiden que te deshagas de la grasa acumulada. Curioso. Seguí leyendo todo lo que encontré y parecía que tenía una cierta base científica, y que podía ser una buena opción como base para la dieta (de los cojones, pensaba yo entonces).
El sistema en cuestión me permitía elegir la comida mientras no me pasara de calorías y de unos pocos gramos diarios de carbohidratos. No tenía que tomar batidos de proteínas (todos los que he probado me parecen asquerosos, saben a leche y yo tengo intolerancia a la lactosa), no tenía que tomar ninguna pastilla (aunque se recomiendan las vitaminas como suplemento) y tampoco necesitaba hacer 18 comidas diarias (complicado trabajando a jornada completa). Armada con las Multistix, la Withings, una cinta métrica y una hoja de cálculo me tiré a la piscina, sin mucha fe, sin endocrino y un poco por probar.
Los resultados en una lista con viñetas, que es casi lo que mas me gusta del mundo, justo después de la tarta de chocolate con galletas:
- Los primeros días de dieta mi cuerpo estaba flipando. No entendía por que no le daba azúcar y no parecía nada dispuesto a acceder a las reservas de grasa. Me dolía la cabeza y estaba un poco mareada casi todo el tiempo. Eso sí, nunca había bebido tanta agua ni he meado tanto.
- El día que entré en cetosis fue como si me hubieran dado un chute de algo. Niveles de energía por las nubes. Llegar a casa después de trabajar todo el día e ir al gimnasio y tener ganas de ponerme a estudiar. For real.
- Perdí en dos meses todo el peso que había cogido en un año. Y, al comer grasas de todo tipo, no se me hizo duro ni monótono. He dejado de beber coca-cola, que es algo que no pensaba que fuera posible. No he sentido que estuviera haciendo dieta porque he comido casi todo lo que me ha apetecido. Y no he pasado nada de hambre.
- Mi sistema inmunológico parece estar muy de acuerdo con este tipo de alimentación. No me he vuelto a resfriar, este año no me ha dado alergia, ya no me duele nunca la cabeza. Y duermo mucho mejor que antes. Vamos, que todo lo bueno desde el punto de vista de la salud. Pendiente queda ver como tengo el colesterol.
Así que, al menos por un tiempo, creo que esta va a ser la base de mi alimentación diaria. ¿Los carbohidratos? Para las ocasiones especiales.
Leave a Reply